Sábado, 9 de Enero de 2010
El torero es testarudo, cuando se le mete algo en la cabeza – no hay más que acordarse de su idea de ponerse a torear con 28 años – no para hasta que lo consigue. Y eso, en esta profesión, se cotiza al alza. Esta mañana, después de desayunar, Aitor y yo lo acompañamos a dar un paseo. Esta vez, ladera abajo dirección Manizales. Pronto dejamos el concurrido y asfaltado camino principal para perdernos por polvorientos senderos secundarios incrustados en la selva. Deambulamos sin rumbo, por el simple placer de caminar. Al llegar a un precario puente que salvaba un encajonado riachuelo, el torero se para, observa – la alborotada agua discurre entre enormes cantos rodados que ha ido arrastrando la corriente desde la parte alta de la montaña en época de lluvias – y maquina – se disparan mis alarmas -… “¿y si buscamos la forma de bajar y regresamos al hotel subiendo por el cauce?”…
Sobra decir que, media hora que estuvo buscando la manera de abrirse camino hasta el riachuelo por las verticales y espesas laderas, media hora que estuvimos Aitor y yo detrás de él intentando convencerle – sin ningún convencimiento – de que no era buena idea. Y, como era de esperar, cuando nos quisimos dar cuenta, ya estábamos los tres ascendiendo río arriba, saltando de piedra en piedra en unas ocasiones y agarrados a las paredes que lo encajonaban en otras. La idea: llegar hasta las cercanías del hotel por el cauce, sin pisar el agua. Ni que decir tiene que, no habían transcurrido ni 5 minutos desde el “pistoletazo” de salida cuando yo ya había perdido el equilibrio – y de paso la competencia – metiendo los pies hasta las mismísimas rodillas, por no mencionar otros miembros de "ovalada redondez" que están más arriba, en el helado líquido cristalino. La parte buena de esto es que me sirvió para relajarme y, cuando llegaba un tramo complicado, mientras ellos se estrujaban la cabeza – cual jugadores profesionales de golf - dilucidando cómo lo salvarían sin mojarse, yo tranquilamente lo atravesaba con mis zapatillas “caladas”. Total, era llover sobre mojado…
En honor a la verdad, y al ganador, he de reconocer que el duelo estuvo reñido y emocionante hasta casi el último instante en que, en un error de cálculo “imperdonable”, y con el hotel ya a tiro, el torero metió un pie – sólo uno – en el “frío elemento”. Fue un momento "dramático" que quedará para siempre grabado con letras de oro en la historia de los grandes duelos de ascenso de río sobre cantos rodados…
Cambiando de tercio, Curro Vázquez y Carretero habían partido hoy temprano al campo para estar presentes en el embarque de los toros de mañana y en su posterior desembarque en la plaza. Era todavía pronto cuando regresamos de nuestra “aventura fluvial” así que los esperamos para almorzar entrenando "de salón".
Por la tarde, "bajamos" a ver la corrida de Juan Bernardo Caicedo. En el cartel, Uceda Leal y Daniel Luque, que cortó una oreja. Luego, vuelta al hotel, más toreo de salón y un poco de termas. Se hace larga la espera…Compartimos cena con el Dr. Osorio – que vino a examinar el tobillo – y comedor con Manolo Molés y el maestro César Rincón, que a la sobremesa se sentaron con nosotros. Una noche más, la piscina que tenemos delante sigue rebosante de bañistas que se relajan a ritmo de ballenato. Es temprano todavía cuando nos retiramos a descansar. Mañana compartimos cartel con Ponce y Bolívar…
Estado de Alerta: Aute
Hace 4 años