lunes, 30 de marzo de 2020

Hora Cero

Majavieja, Viernes 25 de Marzo de 2005

La vida está llena de puntos sin retorno. Aquel invierno de 2005 lo pasamos recluidos en Majavieja, la finca que el maestro Espartaco tiene en Constantina (Sevilla).

Nos dejó una casita contigua a la suya con dos habitaciones. En una de ellas dormía el maestro Curro Vázquez  y nuestro banderillero Juan Bellido “Chocolate”. Y, en la otra, Cayetano y yo. Ese lugar se convirtió en el centro de nuestro universo por aquellos meses previos al debut en Ronda.

Existían ya los móviles pero no las Redes Sociales y recuerdo que, el futuro torero, apagó el teléfono un mes antes y su única comunicación con el mundo no inmediato era a través del apoderado o mía. Sólo salíamos de la finca para ir a algún campo a tentar o a comprar al pueblo.

El último tentadero lo habíamos tenido 3 días antes en Zalduendo donde una vaca vieja casi le “quita el sitio”, después de todo el invierno trabajando en la puesta a punto, para gran disgusto de Fernando Domecq, titular de la ganadería con la que iba a debutar.

El Viernes Santo, 24 horas antes de la presentación en público, dejamos Majavieja camino de Ronda. Chocalate y yo viajamos en una furgoneta que nos dejó el maestro Espartaco para esa temporada y que era tan pequeña para una cuadrilla, que necesitaba llevar un remolque para el equipaje (así estuvimos todo esa intenso primer año). El apoderado y el debutante lo hicieron, curiosamente,  en mi coche, un Ford Mondeo, porque tanto el de Cayetano como el de Curro Vázquez estaban averiados en el taller.

Al llegar al portón de la finca y correr el cerrojo por fuera, los cuatro fuimos conscientes de que se iniciaba ahí un viaje sin retorno que no sabíamos hasta dónde nos llevaría pero que, a partir de ese momento, nada volvería a ser lo mismo.



Tal vez por ello, nos hicimos esta foto en la puerta antes de iniciar la aventura. Lo demás, es historia.







martes, 24 de marzo de 2020

Borja Domecq

Caía la tarde sobre el ruedo y el viento soplaba arrítmico dándole un tinte casi épico al tentadero. El torero entró después de ducharse en el salón donde ya estaban el ganadero, su hijo, el apoderado y algún miembro de la cuadrilla. El olor a café y a leña. Las pastas traídas de alguna confitería cercana. La tertulia otoñal en el campo.

“En algún momento tu padre desapareció. Al cabo de las horas lo encontramos sentado sobre el poste de una linde. Llevaba allí horas subido, en silencio,  observando el comportamiento de los animales”.

Sus ojos azules y acuosos, de una transparencia honesta y recatada,  dejando entrever, pese a su timidez,  una bondad corpulenta: “La preocupación de tu abuelo no era que lo matara un toro, sino el defraudar a sus seguidores por estar mermado de facultades. Ya no era joven. Pero sus dudas e inseguridades las dejó al salir de la habitación camino de la plaza”.

Imagen: Mauricio Berho

El hombre de ojos de agua siguió regalando anécdotas motivado más por un deseo sincero de que aquel torero nuevo conociera algo más de su propia familia que por ese ansia de protagonismo y de decir “yo estuve allí” del que casi todos pecamos.

El joven contrariado por aquel tentadero ventoso, poco a poco se fue calmando, como un torrente aluvional diluido en el remanso de aquellos ojos acuosos.


Hay días en que uno se marcha de la tienta con la sensación de haber perdido el tiempo. Bien sea por el comportamiento de las vacas, porque el maestro no tuvo su día o, como en este caso, por el viento. Puedo asegurar que nadie de los que allí estuvimos abandonó Jandilla con mal sabor esa noche de Noviembre.

Y es que, tan importante como ponerse delante de los animales, torear de salón o ver vídeos antiguos, es aprender de la sabiduría y la experiencia de nuestros mayores. Todo tiene su momento y su lidia.  Se trata de saber interpretarlo. Y, aquella tarde, como tantas otras, esos ojos azules supieron leerlo. 


Borja Domecq. D.E.P.

CAYETANO con un toro de Jandilla al que desorejó en Pamplona