Agonizaba la década de los 60’s cuando Aurelio García Montoya “Montoyita”, ya rozando la treintena, una tarde después de su enésimo fracaso como novillero en Valencia, y aconsejado por un amigo que le facilitó un contacto en Bogotá, decidió cruzar el charco para “hacer las Américas”.
Por aquel entonces, en España, el franquismo se resistía a desaparecer de un país gris y monocolor y los trenes se seguían llenando de gente que viajaba hacia el norte arrastrando pesadas maletas. Y “América” – lejanos tiempos – todavía era una palabra que se asociaba a riqueza y oportunidades. Así que hasta allí partió, con poco dinero y muchas dudas, este gitano sevillano, de la Alameda de Hércules, un día como otro cualquiera de principios de los 70`s.
Rápidamente entró en contacto con los toreros españoles que “desfilaban” por las ferias americanas. Compró y revendió telas para buscarse la vida. Viajó por la Sudamérica taurina (Quito, Caracas…), se adentró por el Amazonas y dio el salto a las islas del Caribe donde, para poder torear, pidió permisos especiales y montó corridas incruentas con cebúes – “lo más parecido que había a un toro bravo” - en lugares tan exóticos como La Martinica o Granada. Le fue mal y le fue bien. Ganó dinero y lo perdió. En sus idas y venidas, recaló en una isla en que pensó que “la gente debía pelearse mucho, porque todos llevaban grandes heridas”, para luego descubrir que aquello no era sino un gran leprosario por el que años atrás también pasara el “novélico” Papillón. Llegó hasta Santo Domingo y de ahí pasó a México donde, en el ecuador de la treintena, se enamoró de “una piel dulce de veinte años” y decidió echar raíces.
Para sobrevivir y sacar adelante a su nueva familia – mujer y dos hijos - , hizo de todo, hasta “maquillar” con betún negro las pezuñas de infumables jamones mexicanos para venderlos con gran éxito como “ibéricos”. La primera mitad de los 80´s le fue propicia y consiguió crear su propia empresa y comprarse una buena casa. Hasta que el “temblor” que asoló la Ciudad de México en el año 85, además de muchas vidas, se llevó por delante su negocio y sus ilusiones. Aquello le hizo plantearse el regresar a España pero finalmente desistió.
Como otras tantas veces, tuvo que reinventarse. Y hoy en día dispone de una pequeña flota de camionetas blindadas que escoltan convoyes de mercancías desde el DF hasta la frontera con Estados Unidos. Asegura que la “gripe A” ha afectado mucho a la frágil economía mexicana en general y a su negocio en particular. Pero ahí sigue él, trabajador incansable, siempre atento al teléfono, acostumbrado a los imprevistos y a los cambios inesperados…y, como todo mexicano, a no pensar nunca a demasiado largo plazo.
Gran amigo de Curro Vázquez desde la primera vez que coincidieron en México allá por el año 70, Cayetano y yo tuvimos la oportunidad de conocerlo hace unos 3 años, cuando vinimos a “hacer campo” por estas tierras. En aquella ocasión, nos recogió en el aeropuerto junto con Alejandro Otero – otro gran amigo de Curro –, y nos llevó directamente, y sin pasar por el hotel, a comer a un concurrido restaurante de la Zona Rosa llamado Casa Bell. Desde el primer momento me cautivó su personalidad: hombre apasionado y alegre, de buena conversación, su voz cascada de ex-fumador empedernido hace aún más personal si cabe su ya de por sí particularísimo acento a medio camino entre gachupín andaluz y mexicano. No se separó de nosotros en los 5 ó 6 días que pasamos por los alrededores de Querétaro. Luego volvimos a coincidir con él unas navidades en España.
Esta vez, como hace 3 años, también fue a recogernos al aeropuerto con Otero - otras circunstancias, otros tiempos. Por aquel entonces, la “Confirmación” era una posibilidad anhelada pero lejana, ahora es una realidad cercana -, fuimos a cenar a una taquería próxima al Hotel Presidente y Aurelio puso a nuestra disposición una de sus camionetas para que nos sirviera de transporte mientras estuviéramos en México. Nos informó de que él partiría en unos días a la feria de Quito y no estaría para la “Confirmación”, cosa que el maestro Curro Vázquez le “reprochó”: “Aurelio, ¿cómo te vas a perder ese día? Cambia el vuelo para poder estar aquí el 6”…El caso es que aquello debió estar toda la noche dándole vueltas en la cabeza al bueno de Aurelio hasta el punto de que, a la mañana siguiente, nada más levantarse, se pasó por el hotel para decirle a su gran amigo: “Curro, que me lo he estado pensando y tienes razón. Que no cambio el billete, que mejor lo anulo. ¿Qué coño hago yo en Quito estando tú aquí? ¡A la chingada! Mientras estés tú en México, donde tú vayas, voy yo”.
Y así es como se vino con nosotros al campo. Todas las mañanas, a las 8, pasa de habitación en habitación, despertándonos: “¡Arriba mis valientes!”. Pantalones de tela marrón oscuro, camiseta interior blanca de tirantes y zapatillas de deporte – única concesión que se permite a la modernidad: “Eso del chándal es algo nuevo en los toreros” -, camina alrededor de la finca dos horas a un ritmo difícil de seguir y luego entrena de salón con el torero con la misma ilusión de un chaval que está empezando.
Aurelio lleva 15 días en el campo con nosotros contagiándonos sus ganas de vivir, sembrándonos el alma de bellas anécdotas de su aventuresca vida y regalándonos frases tan entrañables como “que no vuelva yo nunca más a España si es mentira” o “con ése me apunto yo a una guerra perdía”... pura sabiduría vital.
Pues eso Aurelio, nosotros, contigo, también iríamos a una guerra perdía…
De izquierda a derecha: Cayetano, Aurelio y Ramiro Curá. En Campo Hermoso, después del tentadero.
Por aquel entonces, en España, el franquismo se resistía a desaparecer de un país gris y monocolor y los trenes se seguían llenando de gente que viajaba hacia el norte arrastrando pesadas maletas. Y “América” – lejanos tiempos – todavía era una palabra que se asociaba a riqueza y oportunidades. Así que hasta allí partió, con poco dinero y muchas dudas, este gitano sevillano, de la Alameda de Hércules, un día como otro cualquiera de principios de los 70`s.
Rápidamente entró en contacto con los toreros españoles que “desfilaban” por las ferias americanas. Compró y revendió telas para buscarse la vida. Viajó por la Sudamérica taurina (Quito, Caracas…), se adentró por el Amazonas y dio el salto a las islas del Caribe donde, para poder torear, pidió permisos especiales y montó corridas incruentas con cebúes – “lo más parecido que había a un toro bravo” - en lugares tan exóticos como La Martinica o Granada. Le fue mal y le fue bien. Ganó dinero y lo perdió. En sus idas y venidas, recaló en una isla en que pensó que “la gente debía pelearse mucho, porque todos llevaban grandes heridas”, para luego descubrir que aquello no era sino un gran leprosario por el que años atrás también pasara el “novélico” Papillón. Llegó hasta Santo Domingo y de ahí pasó a México donde, en el ecuador de la treintena, se enamoró de “una piel dulce de veinte años” y decidió echar raíces.
Para sobrevivir y sacar adelante a su nueva familia – mujer y dos hijos - , hizo de todo, hasta “maquillar” con betún negro las pezuñas de infumables jamones mexicanos para venderlos con gran éxito como “ibéricos”. La primera mitad de los 80´s le fue propicia y consiguió crear su propia empresa y comprarse una buena casa. Hasta que el “temblor” que asoló la Ciudad de México en el año 85, además de muchas vidas, se llevó por delante su negocio y sus ilusiones. Aquello le hizo plantearse el regresar a España pero finalmente desistió.
Como otras tantas veces, tuvo que reinventarse. Y hoy en día dispone de una pequeña flota de camionetas blindadas que escoltan convoyes de mercancías desde el DF hasta la frontera con Estados Unidos. Asegura que la “gripe A” ha afectado mucho a la frágil economía mexicana en general y a su negocio en particular. Pero ahí sigue él, trabajador incansable, siempre atento al teléfono, acostumbrado a los imprevistos y a los cambios inesperados…y, como todo mexicano, a no pensar nunca a demasiado largo plazo.
Gran amigo de Curro Vázquez desde la primera vez que coincidieron en México allá por el año 70, Cayetano y yo tuvimos la oportunidad de conocerlo hace unos 3 años, cuando vinimos a “hacer campo” por estas tierras. En aquella ocasión, nos recogió en el aeropuerto junto con Alejandro Otero – otro gran amigo de Curro –, y nos llevó directamente, y sin pasar por el hotel, a comer a un concurrido restaurante de la Zona Rosa llamado Casa Bell. Desde el primer momento me cautivó su personalidad: hombre apasionado y alegre, de buena conversación, su voz cascada de ex-fumador empedernido hace aún más personal si cabe su ya de por sí particularísimo acento a medio camino entre gachupín andaluz y mexicano. No se separó de nosotros en los 5 ó 6 días que pasamos por los alrededores de Querétaro. Luego volvimos a coincidir con él unas navidades en España.
Esta vez, como hace 3 años, también fue a recogernos al aeropuerto con Otero - otras circunstancias, otros tiempos. Por aquel entonces, la “Confirmación” era una posibilidad anhelada pero lejana, ahora es una realidad cercana -, fuimos a cenar a una taquería próxima al Hotel Presidente y Aurelio puso a nuestra disposición una de sus camionetas para que nos sirviera de transporte mientras estuviéramos en México. Nos informó de que él partiría en unos días a la feria de Quito y no estaría para la “Confirmación”, cosa que el maestro Curro Vázquez le “reprochó”: “Aurelio, ¿cómo te vas a perder ese día? Cambia el vuelo para poder estar aquí el 6”…El caso es que aquello debió estar toda la noche dándole vueltas en la cabeza al bueno de Aurelio hasta el punto de que, a la mañana siguiente, nada más levantarse, se pasó por el hotel para decirle a su gran amigo: “Curro, que me lo he estado pensando y tienes razón. Que no cambio el billete, que mejor lo anulo. ¿Qué coño hago yo en Quito estando tú aquí? ¡A la chingada! Mientras estés tú en México, donde tú vayas, voy yo”.
Y así es como se vino con nosotros al campo. Todas las mañanas, a las 8, pasa de habitación en habitación, despertándonos: “¡Arriba mis valientes!”. Pantalones de tela marrón oscuro, camiseta interior blanca de tirantes y zapatillas de deporte – única concesión que se permite a la modernidad: “Eso del chándal es algo nuevo en los toreros” -, camina alrededor de la finca dos horas a un ritmo difícil de seguir y luego entrena de salón con el torero con la misma ilusión de un chaval que está empezando.
Aurelio lleva 15 días en el campo con nosotros contagiándonos sus ganas de vivir, sembrándonos el alma de bellas anécdotas de su aventuresca vida y regalándonos frases tan entrañables como “que no vuelva yo nunca más a España si es mentira” o “con ése me apunto yo a una guerra perdía”... pura sabiduría vital.
Pues eso Aurelio, nosotros, contigo, también iríamos a una guerra perdía…
De izquierda a derecha: Cayetano, Aurelio y Ramiro Curá. En Campo Hermoso, después del tentadero.
Te dejo el comentario antes de empezar a leer, que requiere calma y ahora mismo no dispongo de la relajación que tus escritos siempre requieren. En definitiva, temple para leer lo que con temple has escrito.
ResponderEliminarP.D.: No sé dónde tengo el billete de 50 nairas. Lo mismo me lo han tirado a la basura.
Me encanta este relato, primero tal como estamos en este país últimamente me parece que vamos a tener que hacer las Américas muchos, me ha encantado este señor parece un tío estupendo, emprendedor, valiente y muy buen amigo, ya podían existir mas personajes como Aurelio.
ResponderEliminarUN BESO ENORME
me has emocionado! que historia mas bonita y mas bien contada! me alegro de que encontreis gente así en vuestros viajes, es bueno sentir el calor de la gente vital! besos
ResponderEliminarVaya personaje!!!! lo de pintar las patas de jamón con betún y hacerlo pasar x ibérico no tiene nombre jajaja para todo lo demás Mastercard ;-)
ResponderEliminarX cierto vaya fotón, Caye y tú estáis de anuncio de Vitaldent...dientes, dientes!!!
A.Mayo
Acabo de llegar de D.F. y me han hablado mucho de este señor. Me quede con las ganas de conocerlo...Otra vez será.
ResponderEliminarEnhorabuena Ramiro, me encanta este blog!!!!
Ahora sí lo he leído con calma. Enhorabuena. Me ha encantado la historia de este personaje. Mejor dicho, de esta personalidad. Nos vemos pronto.
ResponderEliminarMuy buena descripcion del Aurelio, debe ser un gran personaje por su dura trayectoria profesional...Muy bonita foto en blanco y negro representando los rasgos descritos!!Y la otra bonito recuerdo...Nos vemos
ResponderEliminarGoretti
Que bonito que una amistad dure por tantos años y que os permita a vosotros poder disfrutar de ella tambien, inteligente el maestro Vazquez ern conservar a alguien asi a su lado, siempre tienes que tener al ladoa uno de esos amigos dispuestos a venir a darte a sangre a las 3 de la mañana.
ResponderEliminarBesitos y suerte...se acerca el momento Ramiro
Imanol, Malena, A.Mayo, Abuin, Goretti, Carol y Anónimo, una de las cosas más bonitas de esta profesión es tener la oportunidad de conocer personajes tan entrañables e interesantes como Aurelio.
ResponderEliminarAbuin, me imagino que has estado por allí con Juan Bautista. Enhorabuena y decirte que es una alegría verte por aquí...Bienvenido!!
Carol, ya se te echaba de menos por aquí. Me alegro que hayas acabado los exámenes bien...
A todos, muchas gracias por vuestros comentarios!!!
Hala Ramiro soy Salvador hijo de Aurelio. Realmente aprecio en la forma en la que hablas de mi padre, es una magnifica persona que ha forjado una excelente familia y me ha endeñado el comportamiento y la forma de ver la vida.
ResponderEliminarLe agradezco a mi padre la enorme confianza que me brinda, apoyo incondicional y amor que recibo día a día.
Gracias!!!!
Hola Salvador, un orgullo tus palabras y un orgullo y privilegio haber tenido la suerte de poder conocer y tratar a tu padre...todo un ejemplo de bondad y experiencia vital...
ResponderEliminarMuy agradecido por tu comentario.
Recuerdos a la familia y un fuerte abrazo!!!