Surgió
de la sombra de una encina en medio de la tarde extremeña. Cercano y
afable desde el primer momento. Ajeno a
cualquier protocolo. Cálido. La piel tersa a pesar de la edad. La cadencia de
su habla delatando un deje de ultramar.
Nos
condujo hasta la plaza de tientas y, durante el tentadero, permaneció a mi lado
mientras yo grababa. “A ésta hay que darle más distancia”. “Yo la pondría más cerca del caballo". “Demanda un toreo en línea”…
Didáctico sin caer en la
pedantería. Conversando casi en susurro para no molestar. Atento en todo
momento al comportamiento de las vacas. “El toreo está en las palmas”. “Los dos
brazos deben ir siempre a la misma altura”…¿Sabes que la primera vez que me
puse delante de un animal fue directamente de un toro de 450 kilos?”. “Me hubiera encantado ser torero
pero éramos muchos en casa y había que ayudar.”
Tentadero en El Torreón |
Sale
la última vaca y don Gonzalo sigue
desgranándome su vida mientras yo grabo y permanezco atento a mi matador. “Tuve que ponerme a trabajar muy pronto de
albañil, a los 8 años. No pude dedicarle tiempo al toro aunque me divertía
toreando de salón.” “Mi infancia y mi vida no han sido fáciles”, concluye con una sonrisa a
medias que camufla una mirada involuntariamente abanta del ruedo por unos segundos.
Su
hijo sigue dirigiendo el tentadero desde una ventana. Su hijo, ése mismo que un
año abrió 4 veces la puerta grande de Las Ventas. Ése al que una tarde Madrid
le cambió la vida cuando lo erigió “su césar”.
César Rincón y Curro Vázquez, dos "toreros de Madrid" |
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