Ronda, fines de Agosto de 2016
La curiosidad es
un felino agazapado en constante búsqueda de su siguiente presa. No descansa ni
duerme ansioso de ser sorprendido por la vida y sus historias en cualquier momento.
Hace unos días, estando en
Ronda, pasé a saludar a unos amigos. El recio calor de Agosto
traspasaba las paredes de la casa sin ninguna muestra de cortesía ni
petición de permiso.
Sobre la mesa del
salón, apilados con disimulado desorden, recortes amarillentos que dejaban
constancia de los éxitos y grandezas de un torero del pasado.
Antonio Ordóñez en el Coliseo de Roma |
“Debo
clasificarlos” comentó él mientras de la habitación contigua nos llegaban los
ecos de su mujer y su hijo jugando con la Patrulla Canina. Mi amigo tomó uno de los montones y, mientras
conversábamos de cosas intrascendentes, comenzó a pasar con extrema delicadeza
las hojas algo acartonadas por los años y la humedad. Sus dedos se deslizaban con cierta extrañeza y desconfianza sobre aquellos documentos con el tiempo suficiente como para que yo pudiera escanearlos transversalmente con mis ojos y hacerme una idea de lo que
allí se guardaba.
Seguíamos
hablando de cuestiones sin importancia mientras el ritmo cadencioso, lento, como de
río profundo de las manos de mi amigo, a mí se me antojó sincronizado con el de
las cigarras que no paraban de cantar en el exterior. Y, entonces, sucedió. El felino agazapado en
mi interior clavó los ojos por unas
milésimas de segundo antes de que fuera depositado en la otra pila, sobre un
papel cuadriculado doblado por la mitad en que había algo escrito a boli: "Antonio, tengo que vivir un año más, "
Mis garras se
posaron disimuladamente sobre el hombro de mi amigo: “Para. A ver ese folio
cómo continúa. Eso no parece haberlo escrito “cualquiera””.
De la habitación
contigua seguían llegando voces infantiles. De fuera, el chillido monótono de
las cigarras. Mi amigo rescató el papel del montón de lo “ya visto” y lo
desplegó con cuidado sobre la mesa. La parte inferior de la carilla continuaba:
“para verte, el año que viene, salir de la Maestranza por la puerta de San” y
ahí terminaba la cara como en ese concurso de televisión en que la presentadora
leía un párrafo y concluía diciendo “hasta aquí puedo leer”.
Urgí a mi amigo a
darle la vuelta deseoso de conocer el final de la historia y, a la vez, sabedor
de que aquello, como esos descubridores de otro mundo que entre la maleza de la
selva creen haber hallado los restos de una civilización perdida, debía tener
algún autor sorprendente.
Mi amigo se
apresuró, algo desconcertado, o tal vez temeroso de que yo me adelantara y
pusiera mis dedos sobre aquel documento, a girarlo y lo volvió a extender
sobre el cristal de la mesa: “Fernando.
Lo espero. No me defraudes. No seas impaciente. Tu siempre ordoñista amigo
Pepe.”
Había dos partes
subrayadas: “No seas impaciente” y “ordoñista”. Al final del folio, supongo que pensando más en gente futura como nosotros que en
el destinatario directo de la nota, un nombre familiar pero con esa cierta
solemnidad que tienen los nombres reconocibles de personas con las que nunca
tuvimos el gusto de hablar: José Bergamín.
José Bergamín |
La selva se
abrió y la civilización antigua surgió en todo su esplendor ante aquel felino
curioso. A rotulador, con otra caligrafía, alguien había apuntado una fecha y
una ciudad en el borde inferior: 16 de Septiembre de 1981. Madrid.
La Música Callada Del Toreo |
Quise situar en
mi mente ese día del calendario en las
biografías de esos personajes y me di cuenta de que los dos se hallaban ante el
ocaso de algo. Uno de su vida, el otro de su carrera. Ya ninguno de ellos tenía
nada que demostrar. En todo caso, ambos luchaban, de una manera algo quijotesca, contra sí mismos. Uno
queriendo alargar sus días - tengo que vivir un año más -; el otro soñando vestirse de luces otra
tarde - para verte, el año que viene, salir de la Maestranza por la puerta de San Fernando. No me defraudes -. Bergamín murió en el 83. Ordóñez
se retiró definitivamente en Agosto del 82. Uno en San Sebastián. El otro en
Ciudad Real. Ambos consiguiendo ganar alguna batalla más al tiempo.
Bergamín y Alberti en los toros |
El felino se
relamió los bigotes, se despidió de sus amigos y se subió al coche en aquella calurosa
tarde de fines de Agosto con esa sensación de saciedad y plenitud que sólo te
da lo que alimenta el espíritu.
"Yo no lo he visto, pero estoy seguro
que en sus arenas la ciudad arlesiana
iluminó de vocación romana
el toreo andaluz de arte más puro.
Yo no lo ví, pero me lo figuro
a Ordóñez, que hizo a Ronda sevillana,
torear tan bien como le dio la gana
lo mimo al toro claro que al oscuro."
(José Bergamín, a Antonio Ordóñez toreando en Arlés)
"Yo no lo he visto, pero estoy seguro
que en sus arenas la ciudad arlesiana
iluminó de vocación romana
el toreo andaluz de arte más puro.
Yo no lo ví, pero me lo figuro
a Ordóñez, que hizo a Ronda sevillana,
torear tan bien como le dio la gana
lo mimo al toro claro que al oscuro."
(José Bergamín, a Antonio Ordóñez toreando en Arlés)
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