sábado, 3 de septiembre de 2016

El Torero y el Poeta

Ronda, fines de Agosto de 2016

La curiosidad es un felino agazapado en constante búsqueda de su siguiente presa. No descansa ni duerme ansioso de ser sorprendido por la vida y sus historias en cualquier momento.

Hace unos días, estando en Ronda, pasé a saludar a unos amigos. El recio calor de Agosto traspasaba las paredes de la casa sin ninguna muestra de cortesía ni petición  de permiso.

Sobre la mesa del salón, apilados con disimulado desorden, recortes amarillentos que dejaban constancia de los éxitos y grandezas de un torero del pasado.

Antonio Ordóñez en el Coliseo de Roma
“Debo clasificarlos” comentó él mientras de la habitación contigua nos llegaban los ecos de su mujer y su hijo jugando con la Patrulla Canina.  Mi amigo tomó uno de los montones y, mientras conversábamos de cosas intrascendentes, comenzó a pasar con extrema delicadeza las hojas algo acartonadas  por los años y la humedad.  Sus dedos se deslizaban con cierta extrañeza y desconfianza sobre aquellos documentos con el tiempo suficiente como para que yo pudiera escanearlos transversalmente  con mis ojos y hacerme una idea de lo que allí se guardaba.

Seguíamos hablando de cuestiones sin importancia mientras el ritmo cadencioso, lento, como de río profundo de las manos de mi amigo, a mí se me antojó sincronizado con el de las cigarras que no paraban de cantar en el exterior.  Y, entonces, sucedió. El felino agazapado en mi interior  clavó los ojos por unas milésimas de segundo antes de que fuera depositado en la otra pila, sobre un papel cuadriculado doblado por la mitad en que había algo escrito a boli:  "Antonio, tengo que vivir un año más, "

Mis garras se posaron disimuladamente sobre el hombro de mi amigo: “Para. A ver ese folio cómo continúa. Eso no parece haberlo escrito “cualquiera””.

De la habitación contigua seguían llegando voces infantiles. De fuera, el chillido monótono de las cigarras. Mi amigo rescató el papel del montón de lo “ya visto” y lo desplegó con cuidado sobre la mesa. La parte inferior de la carilla continuaba: “para verte, el año que viene, salir de la Maestranza por la puerta de San” y ahí terminaba la cara como en ese concurso de televisión en que la presentadora leía un párrafo y concluía diciendo “hasta aquí puedo leer”.

Urgí a mi amigo a darle la vuelta deseoso de conocer el final de la historia y, a la vez, sabedor de que aquello, como esos descubridores de otro mundo que entre la maleza de la selva creen haber hallado los restos de una civilización perdida, debía tener algún autor sorprendente.

Mi amigo se apresuró, algo desconcertado, o tal vez temeroso de que yo me adelantara y pusiera mis dedos sobre aquel documento, a girarlo y lo volvió a extender sobre el cristal de la mesa:  “Fernando. Lo espero. No me defraudes. No seas impaciente. Tu siempre ordoñista amigo Pepe.”

Había dos partes subrayadas: “No seas impaciente” y “ordoñista”.  Al final del folio, supongo que pensando más en gente futura como nosotros que en el destinatario directo de la nota, un nombre familiar pero con esa cierta solemnidad que tienen los nombres reconocibles de personas con las que nunca tuvimos el gusto de hablar: José Bergamín.

José Bergamín

La selva se abrió y la civilización antigua surgió en todo su esplendor ante aquel felino curioso. A rotulador, con otra caligrafía, alguien había apuntado una fecha y una ciudad en el borde inferior: 16 de Septiembre de 1981. Madrid.

La Música Callada Del Toreo
Quise situar en mi mente ese día del calendario en  las biografías de esos personajes y me di cuenta de que los dos se hallaban ante el ocaso de algo. Uno de su vida, el otro de su carrera. Ya ninguno de ellos tenía nada que demostrar. En todo caso, ambos luchaban, de una manera algo quijotesca, contra sí mismos. Uno queriendo alargar sus días - tengo que vivir un año más -; el otro soñando vestirse de luces otra tarde - para verte, el año que viene, salir de la Maestranza por la puerta de San  Fernando. No me defraudes -. Bergamín murió en el 83. Ordóñez se retiró definitivamente en Agosto del 82. Uno en San Sebastián. El otro en Ciudad Real. Ambos consiguiendo ganar alguna batalla más al tiempo.

Bergamín y Alberti en los toros 

El felino se relamió los bigotes, se despidió de sus amigos y se subió al coche en aquella calurosa tarde de fines de Agosto con esa sensación de saciedad y plenitud que sólo te da lo que alimenta el espíritu.

"Yo no lo he visto, pero estoy seguro
que en sus arenas la ciudad arlesiana
iluminó de vocación romana 
el toreo andaluz de arte más puro.

Yo no lo ví, pero me lo figuro
a Ordóñez, que hizo a Ronda sevillana,
torear tan bien como le dio la gana
lo mimo al toro claro que al oscuro."

(José Bergamín, a Antonio Ordóñez toreando en Arlés)





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