Viernes, 4 de diciembre de 2009
Esta profesión está llena de días inolvidables. Y hoy, sin duda, fue uno de ellos. Me levanté temprano, a eso de las 9, desayuné y subí a la habitación a preparar las cosas: leotardos, medias, ligas, camisas, un par de vestidos, capotes, muletas, palillos, espadas…a las 11 am habíamos quedado en el hall del hotel con todos los amigos venidos de España para la ocasión. Teníamos una cita muy especial a mediodía en un lugar cercano, y pensamos que a ellos les gustaría acompañarnos a tan singular y exclusivo encuentro.
A eso de las 11:30 am, partió la comitiva formada por 5 ó 6 camionetas dirección Insurgentes. 15 minutos después, ante nuestros ojos, "La México". Acceso restringido, en su interior sólo el personal del coso, la familia del ganadero, nuestros amigos y el impresionante esqueleto de cemento desnudo de la plaza más grande del mundo.
El torero se cambia, sin mucho ritual, en unos desconchados y húmedos vestuarios. Una toalla blanca sobre el frío suelo sirve de improvisada alfombra. Primero, los leotardos y las medias, luego las ligas y la taleguilla…me pide que, hasta el momento de empezar, lleve yo puesta la chaquetilla nueva para ir hablandándole las rígidas mangas. Bajamos por unas estrechas escaleras desde el edificio donde se encuentra el vestuario hasta el patio de cuadrillas, saludamos al personal y nos disponemos a encarar el túnel de entrada que conduce hasta el "hundido anillo".
Como si de un último acto de consideración para con los toreros justo antes de que suenen los “clarines de la verdad” se tratase, el arquitecto, seguramente consciente de la imponencia de la plaza que se disponía a levantar, diseñó un patio de cuadrillas “separado” del callejón y del ruedo propiamente dichos, por un oscuro, largo y descendente túnel desde cuya boca de entrada, debido a su longitud y desnivel, se puede oír, presentir el intimidatorio ambiente de la plaza una tarde de toros, pero no verlo. Sólo a medida que se avanza por el negro corredor, se va dibujando la plaza al final del mismo. Primero, el albero, liso, impoluto, solitario…luego, las primeras filas del tendido bajo. A mitad de camino ya comienza a intuirse la magnitud del escenario mientras los segundos por el oscuro agujero se van haciendo interminables (no quiero ni imaginarme el domingo). El torero desciende firme en taleguilla y camisa; yo, a su lado, con la chaquetilla puesta. “Qué de experiencias tan bonitas estamos viviendo, ¿verdad? Este instante no lo vamos a olvidar nunca”, me comenta sonriente. A través de la boca de salida el cuadro se va completando de abajo a arriba. Aparece la fila 8, la fila 9, unos segundos más tarde el tendido alto y el anfiteatro no numerado. El final se acerca y, ahora sí, como una obra de arte recién acabada, la plaza se ofrece ante nuestros ojos en toda su grandeza. Hueca, vertical, interminable…hasta el mismo punto donde comienza el cielo.
Algo de aire y un buen toro de Xajay para poner la guinda a un mes de entrenamiento ejemplar. De regreso al hotel, inevitable recordar cuando hicimos esta misma operación días antes de la Confirmación en Las Ventas... ¡Qué privilegio!
Mañana, nada de toros. “Jornada de reflexión”. La suerte está echada…
La México, sólo para nuestros ojos...