Miró a su mozo de espadas
Miró a su mozo de espadas y éste se acercó a él con la pelota de tenis en la mano, le descalzó el pie, creo que el derecho, y dejó la pelota en el suelo. El torero, sin dejar de seguir lo que acontecía en el ruedo, puso el pie sobre ella y comenzó a deslizarla hacia delante y hacia atrás en un ritual que a mí se me antojó ya rutinario.
Miró a su mozo de espadas y éste se acercó a él con la pelota de tenis en la mano, le descalzó el pie, creo que el derecho, y dejó la pelota en el suelo. El torero, sin dejar de seguir lo que acontecía en el ruedo, puso el pie sobre ella y comenzó a deslizarla hacia delante y hacia atrás en un ritual que a mí se me antojó ya rutinario.
Me acerqué a su mozo de espadas y le
pregunté la razón de aquello. Me explicó que era a consecuencia de su cornada
en el muslo de hacía casi un mes atrás en Málaga. La pierna se le hinchaba y
los médicos, ante su insistencia de no parar de torear – ¿qué torero quiere
parar en Agosto? – le aconsejaron hacer ese ejercicio para que su circulación
mejorara.
Y allí estaba él, entre toro y toro,
descalzo, en el callejón, concentrado en lo que hacían sus compañeros en el
ruedo, haciendo desplazar aquella minúscula pelota de tenis de forma mecánica
bajo su pie rosa de media con espiga.
Cuando llegó su turno, se calzó la
zapatilla sobre el pie hinchado, apoyó la espalda contra la pared del fondo del
callejón a la altura de la boca del burladero de matadores, dejó caer el capote
hacia delante, como era su costumbre, mientras se ajustaba la montera; luego se
agachó para levantarlo y dio tres o cuatro pasos hasta el burladero mientras
los clarines indicaban que el próximo toro iba a salir…
Guadalajara, mitad de Septiembre de hace
unos años.
Iván Fandiño D.E.P.