Alburquerque,
23 de Enero de 2018
Afuera,
el ritual de la noche y las estrellas sobre la dehesa extremeña. Dentro, la
trasmisión oral, milenaria, de las historias alrededor de un fuego.
“¿En esta zona se rodó “Los Santos Inocentes”, verdad, Jesús?” Pregunté invitando a conversar.
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“Sí. ¿Recuerdas la escena en la que Paco
“El Bajo”, el personaje de Alfredo Landa, se cae del árbol y no puede andar? Pues la
carretera y el castillo que se ven cuando lo llevan al hospital
pertenecen a Alburquerque. Por allí pasaremos mañana camino del tentadero. “
Me acuerdo nítidamente de ese dramático momento en que Paco desde el suelo casi pide perdón mientras el señorito Iván – Juan Diego - le recrimina que su accidente le está
frustrando el día la caza.
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“Pues así era todavía este lugar cuando
compré la finca en el año 88.”
Jesús es un tipo rudo, campechano, maño
hecho así mismo. “Los trabajadores que
vivían aquí no tenían luz eléctrica, ni agua corriente. Debían salir de casa a
hacer sus necesidades en medio del campo.”
“Manolo, el encargado, cada vez que llamaba a esa puerta, se quitaba la
gorra y la apretaba con las dos manos, muy juntas, humildemente rudas,
sobre su vientre para hablarme. Sin mirar nunca a los ojos y con la cabeza
ligeramente humillada hacia delante. Jamás conseguí que se sentara en este salón
a tomar algo conmigo”.
Los
últimos troncos de madera de encina se consumen en la chimenea. Afuera, una
noche estrellada, tímidamente fría para ser Enero. “Mandé instalarles luz eléctrica y agua corriente. Vinieron los terratenientes vecinos a
recriminar mi acto de “progreso”. Ellos lo consideraban,
sin decirlo, una amenaza a su status quo. Algo que los dejaba en evidencia.“
“Hacía muy pocos años que se había
filmado la película cuando llegamos y, en el pueblo, todavía vivía un
señor mayor que contaba anécdotas del rodaje y de su amistad con Paco Rabal;
quien se instaló, unos meses antes del inicio, en una casa cercana a
Alburquerque para imbuirse en el Azarías, su personaje.”
La medianoche se acerca y ya nadie se levanta a avivar la candela. El ritual ancestral de la transmisión oral, anterior a la escritura, va llegando a su fin.
La medianoche se acerca y ya nadie se levanta a avivar la candela. El ritual ancestral de la transmisión oral, anterior a la escritura, va llegando a su fin.
""La chaqueta de pana que lucía el Azarías era mía. Se la dejé yo a Paco. Todavía estoy esperando que me la devuelva.", solía comentar el lugareño entre risas, me dice Jesús."
Hora de ir a
dormir. Mañana continuamos con la preparación.